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El ser humano es tonto

Noelia Cesar
El ser humano es tonto
17:14
 

¿Para ser feliz hay que sufrir?

 

Todos queremos ser felices, eso está claro. El ser humano lleva en busca de la felicidad desde el principio y por alguna razón aún hoy sigue siendo una quimera para muchos. Hoy analizo desde mi humilde opinión lo que para algunos son “momentos” y para otros simplemente “una manera de vivir”.

Desde que soy muy joven he pensado que la felicidad es un SER y no un ESTAR. Aún recuerdo cuando mi pareja me lo preguntó allá por los 90. Él entonces pensaba que la felicidad eran momentos y yo defendía (sin mucha base) que era una forma de pensar. Hoy, con más base y mucha más experiencia, me considero una persona feliz y mantengo y defiendo que la felicidad es una manera de vivir. Por cierto, mi chico, que después de mucho estudiar se ha convertido en mi maestro, terminó por darme la razón y hoy compartimos filosofía de vida.

 Lo que más me fastidia de esta sencilla ecuación y lo que en realidad no tiene un término de sentido es por qué el ser humano, en la mayoría de ocasiones, necesita un disparador. Algo que le haga valorar en realidad la vida. Resulta que somos tan estúpidos que no somos capaces de hacerlo sin experimentarlo ¿o qué? ¿Tienes que sufrir un problema de salud para valorar tu vida?, ¿tienes que perder un ser querido para darte cuenta de lo que le quieres?, ¿tienes que quedarte sin trabajo para entender lo afortunado que eres teniendo uno?, ¿debes pasar una ruina para comprender que salir de vacaciones es una bendición?.

 Nos pasa desde que somos pequeños. Tú dile a un niño que no se come la verdura que hay niños en África que no tienen qué echarse a la boca y verás que el resultado de esa estrategia no te vale para nada. Ese niño necesitaría pasar verdaderamente hambre para darse cuenta de la suerte que tiene de poder comer sano y sentirse feliz por ello.

Cuando somos adultos, la rutina, los problemas del día a día y el estrés nos pasar por la vida sin valorar hacen en muchas ocasiones el regalo tan grande que tenemos. La vida. ¡Si, la vida! Y nos empeñamos en tener más de todo. Y nos quejamos por todo. Y los años pasan y seguimos en nuestra lucha constante por encontrar esos momentitos de felicidad. Y nos conformamos con un sorbito de vez en cuando, cuando en realidad podríamos beberla a diario. ¿Y qué pasaría entonces?... Que volveríamos a darlo por hecho y perdería fuerza. ¡Noooooooo!. En realidad pasar de “ estar feliz ” a “ ser feliz” es tan solo una cuestión de actitud. Y los pesimistas ya estaréis pensando… Ya, claro, ya está aquí la tontita de la sonrisa perpetua. Bueno, primero lee y después opina.

 

Verás, voy a utilizar una experiencia para contarte cómo puse en práctica lo que había aprendido acerca de cómo influye tu pensamiento en la consecución de la felicidad. Si ya ha leído más de mi, sabrás que he tenido a mis hijos por subrogación después de haber estado a punto de perder la vida en mi primer embarazo. Pues bien, El 19 del 9 del 19, recibí una llamada de nuestra mami gestante desde el hospital. Ella trató de tranquilizarme pero yo sabía que mis hijos nacerían sin mi. Con 31 semanas de gestación y a 10.000 km de distancia se me cayó el mundo encima, estaba a punto de salir a un show y tuve un ataque de ansiedad que me dejó doblada. Si Estás pensando ¿Ves, no Se Puede se feliz TODO el rato?, tranqui, te respondo, yo seguí Siendo Feliz, Pero ESTABA muyyyyyy preocupada y triste (en ese momento) por no ver nacer a mis hijos y por la incertidumbre de cómo estarían. Claro, mis expectativas eran otras muy diferentes pues pensaba pasar un par de meses con la mami gestante antes de dar a luz y teníamos un montón de planes juntas que se truncaron de repente. Lo importante es que al rato me volvió a llamar y me dijo, ¡Enhorabuena Noe! Koru y Orana están bien, son muy pequeños pero saldrán adelante y yo estoy de maravilla. Ella estaba más fresca que una rosa después de una cesárea y bromeaba como siempre, así es que yo me quedé triste pero tranquila.

Y pensarás que para qué te cuento esto, pues para ponerte en situación de lo que para mi fue uno de los aprendizajes más grandes de mi vida.

Al llegar a California, ya en el hospital y después de comerme a besos a la mujer que me había hecho madre por segunda vez y conocido a mis mellizos (preciosos y sanos por cierto aunque con solo 1,3kg), una trabajadora social nos ofreció la posibilidad de quedarnos en una casa de acogida para familias con hijos hospitalizados de la fundación Ronald Mac.Donald (lo habrás visto en los burguers de la marca en una cajita transparente para donar el cambio. Es real. Funciona). Pues bien, nos dieron una habitación para los tres y allí pasamos dos meses. Y aquí viene la madre del cordero…

 

La casa es grande con unas veinte habitaciones y un gran salón central. Una cocina equipada y un precioso comedor dónde haríamos vida y nos relacionaríamos con el resto de inquilinos. Cada día vendrán a haceros el desayuno diferentes asociaciones de la comunidad y estamos aquí para lo que necesitéis. ¡Genial!. Después del registrarnos nos invitaron a conocer la casa y así lo hicimos. Mientras David y Daniella iban al coche yo entré al salón y no me dio tiempo a verlo todo cuando me encontré con ella. Me quedé petrificada. Paralizada. No sé cual fue mi primer pensamiento. Ella era una niña de 8 años totalmente abrasada, de arriba a abajo. Su piel estaba casi curada por algunas zonas y en otras llevaba una maquinita de oxígeno porque estaba en proceso de curación de tantas y tantas operaciones. En su carita deformada por lo que le había pasado, brillaban dos ojitos muy pequeños que se confundían con las fosas nasales y una boca aún en proceso de curación. Debía de ser casi pelirroja porque el pelito que le quedaba era precioso. Me dijo ¡Hola! Y yo sinceramente no sé si en ese momento pude responderla. Por la noche descubrí que se llamaba Aisha, que era Siria y que una bomba errática le había hecho eso y que el gobierno de los EEUU se había hecho cargo de ella. Y pensé... ¿Qué puede haber peor que vivir una guerra y que tu hija quede abrasada de por vida? Me invadió la tristeza y cuando conocí a su madre algo marcó mi corazón para siempre. Era una mujer silenciosa, no hablaba inglés y eso que ya llevaban allí varios años pero nosotras encontramos la manera de entendernos. Ella hacía galletas y nos comíamos a unas cuantas mientras Daniella y Aisha jugaban al Just dance. A pesar de todo siempre mostraba una tímida sonrisa. Al igual que su hija que no paró de jugar en los dos meses que convivimos. Yo le hacía cosquillas y ella siempre venía y me las hacía a mi. Yo cogí tanto cariño a esa niña que ya no veía sus quemaduras. Solo miraba sus ojos e imaginaba la niña preciosa que seguía siendo e incluso la sensación tan cercana que a veces se me olvidaba que no hablaba Español y ella me lo recordaba con un ¡English, English!. No sé cuanto dolor habrá soportado Aisha desde que ocurrió aquello pero durante esos dos meses solo la vi llorar un día. Cuando la ofrecieron comenzar de nuevo en un cole. Ella temía que volviera a hacer bullying. Intenté hablar con ella pero no pude, de sus ojitos, que no podía cerrar, brotaba una pequeña lágrima que me partió el alma. Verla tendida en ese sofá, acurrucada. Me cuesta escribir en este momento solo de recordarlo. Sin embargo, ese día habíamos ido a comprar al Michael´s, un paraíso para gente como yo en el que puedes encontrar 50 tipos de goma eva y 1235 variedades de cartulina y claro, no pude evitarlo… Monté unos talleres de manualidades con los niños de la casa y Aisha se repuso y nos dio de nuevo otra lección. Sus manos aún estaban en proceso de reparación ya pesar de eso hizo todo lo que allí se propuso. Fimo, un colgador para su puerta, pintura… ¡todo! Le costó lo suyo, pero lo hizo y el orgullo y la alegría que vi en su cara al terminarlo volvieron a dejarme sin palabras.

Y en aquella mesa de manualidades había otra niña. La conocí dos días después que a Aisha. Una chica corpulenta con una luz especial y una mirada que chisporroteaba alegría a pesar de tener un ojo un poquito cerrado. Correteaba por la casa al llegar y yo pensé… Qué bien, otra amiguita para Daniella, pues tienen la misma edad. Y la verdad, en esos momentos no te das cuenta del sitio en el que estás. Por supuesto Daya y Dani hicieron migas desde el primer día. En el comedor cenamos juntos la primera noche que llegaron y nos contaron por qué estaban allí. Así, mientras nos comíamos un burrito de carne con salsa verde, Daisy, su madre, me contaba que a Daya se le había cerrado el ojo hace tiempo pero que solo le mandaban al oftalmólogo, pensaban que era una inflamación sencilla que desaparecería en algún momento pero esto al final no fue tan sencillo. Cuando quisieron atacar tenía un tumor en el cerebro, no operable. Le dijeron abiertamente que le quedaban meses porque estaba en la última fase antes de llegar a terminal. Todo esto lo hablamos con las niñas allí, con toda la naturalidad del planeta. Mientras Daisy nos contaba todo, Daya le decía; ¡Mamá, yo no me voy a morir !. ¡Estoy convencida! ¡Me van a dar quimioterapia y me voy a curar!. Y por supuesto, todos la creímos aunque yo, de nuevo, pensé… ¿Puede haber algo peor que sepas que tu hija va a pasar por un sufrimiento de vida para finalmente morir? ¿Cómo sobrevives a un hijo?. Fue extraño, pero en ese momento lo de Aisha ya no me pareció tan duro. Al fin y al cabo con un buen trabajo mental puede hacer lo que se proponga en esta vida, ser una gran motivadora y aprovechar esa experiencia para darle un sentido a la oportunidad de haber sobrevivido a una guerra. Y así es. Ya puedes encontrar vídeo de Aisha en las redes sociales en las que te dan muchas ganas de superarte viendo su fortaleza.

 Pero ahí no queda la cosa. En nuestra misma mesa había una mujer, solitaria, cabizbaja, triste, muy triste. Y yo vuelvo a notar el nudo en mi garganta recordando. Yo estaba superada pero sintió que necesitaba hablar. Siempre la había visto sola y la saludé. Ella me preguntó por qué estábamos allí. Les llamaba la atención que fuéramos Europeos. Yo le conté lo de los peques y ella entonces se abrió. Yo sentí que necesita hablar, contarlo. Y la escuché.

Una semana atrás, su hijo adolescente salió de casa, como cada día, con su mochila para ir al instituto pero ese día por la tarde llamó a su madre para decirle que iba a volver en coche con la madre de su amigo, ella accedió. No sabía que en ese pequeño trayecto un aparatoso accidente dejaría a su hijo en estado vegetativo. Su niño, un chaval con toda la vida por delante postrado en una cama de un hospital en el que los médicos trataban de convencerla para que desenchufara pues no había solución alguna. Ella lloraba y me decía que no iba a aceptar. No iba a firmar nada. Ella confiaba en que su hijo se salvaría. Y yo, aquella noche me acosté de nuevo pensando… ¿Puede haber algo peor que sentirte culpable de no haber ido a buscar a tu hijo al instituto y que se quede vegetal de por vida conectado a un respirador y una maraña de cables?

Las semanas siguientes me hicieron entender un poco más acerca de la felicidad. Esta mamá no desenchufó a su hijo. Y no sé como ocurrió pero el niño un día abrió los ojos. Cuando me lo contó descubrí que esa mujer en ese momento era feliz. Suena duro, pero solo el que ha visto ese brillo en los ojos puede sentirlo. Y es increíble pero el niño fue haciendo pequeños (muy pequeños avances) pero cada día ella me los contaba ilusionada y yo tenía que contenerme porque no quería llorar delante de ella. Ella estaba feliz. Llegó a conseguir comunicarse con él abriendo y cerrando los ojos y cuando nos marchábamos llegó a decir alguna palabrota a algún médico. La madre me lo contaba entre carcajadas. Estaba ilusionada de cuidar de su hijo. ¡Él nunca dijo malas palabras!, me confesaba, ¡pero ahora está como enfadado y con un carácter!. (Su cerebro quería funcionar pero en un cuerpo muerto).

En todas estas historias y en la mía propia hay un denominador común, el sufrimiento y un parón de golpe de tu vida normal. Tu universo se desmorona de repente y empiezas a vivir el día a día. Y es en ese día a día en el que empiezas a darte cuenta de lo bonito que es vivir. Aún recuerdo la primera clase de baile que di en mi gimnasio un año después de mi síndrome de hellp. Al descubrirme rodeada de gente, bailando, con la música a tope, me di cuenta que aquello que antes hacía un diario y por lo que a veces hasta me quejaba era algo realmente maravilloso y hoy cada día agradezco seguir bailando.

Todas estas vivencias me han hecho llegar a una conclusión. Yo llevo en busca de la felicidad desde que soy muy pequeña. Me crié en una familia totalmente desestructurada, fracturada. Con unos padres que no paraban nunca de discutir y por eso traté de entender la mente en las horas y horas que pasaba en mi bailando o escribiendo poesía. Yo trataba de hacerles comprender que lo tenían todo. ¿Por qué no eran felices? Si tenían momentos de felicidad, ¿Por qué no dejaban de discutir por tantas tonterías y agradecían que tenían tres hijas sanas, trabajo, una bonita casa y salud y empezaban a ser felices… siempre? Muy sencillo.

En mi casa como en muchas casa solo se ha visto siempre el lado negativo de las cosas, lo malo. En mi casa, cuando pasaba algo bueno se decía… ¡Calla, calla ... a ver cuánto dura! ... Y llegué a la conclusión que en realidad nunca han sabido ser felices porque la verdad es que nunca nos había pasado nada realmente grave, siempre habíamos tenido intacta la conocida “zona de confort”. Más mullidita o menos pero al final, zona de confort.

Hoy te escribo esto porque me encantaría que si estás en busca de la felicidad no necesites estar a punto de morir, no necesites un drama, no necesites perderlo todo para finalmente darte cuenta de que la vida es una belleza. Empieza hoy. Párate, mira a tu alrededor, levanta la cabeza, sonríe. ¿Tienes una casa, comida en la nevera, SALUD?. Dios mío, eso ya es mucha felicidad. ¿Tienes pareja ? ¿o no?, ¿tienes amor en tu vida?, ¿tienes hijos?, ¿sanos?... Dios mío, eres muy afortunada/o. La felicidad está en las pequeñas cosas. Está en cada latido que da tu corazón, en cada bocanada de aire que inhalas y exhalas sin ayuda. En un parque, en la playa. La felicidad está en un abrazo, en un beso, en una mirada. En cosas que tienes todos los días. Solo es cuestión de saber verla.

Mi propuesta es sencilla. Deja de idealizar la felicidad . La tienes en tu mano. Es solo una actitud ante la vida. Déjate sentir. Exprésate. Que no te importe lo que piense la gente. Quiérete. Ama.

La vida es un viaje, pasa rápido. A todos nos espera el mismo destino al final. ¡Qué topicazo!, ¿verdad?... ¿Lo pones en práctica? Pues empieza a disfrutar de cada parada, de cada momento, de cada estación. El mero hecho de subirte al tren en “la zona buena del mundo” es ya una fortuna.

 

A ser felices.

Pd. Este invierno Dayanara falleció. Tras una larga lucha con la quimioterapia cuando parecía que lo iba a conseguir. Su actitud es y será un referente en mi vida. Allá donde estés, Daya preciosa, este alegato va por ti. DEP.

 

 

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